jueves, 26 de enero de 2017

431 PLAZA DE LANCIEGO. ALAVA



Me imagino que casi nadie de ustedes sabe o recuerda quien fue Sebastian Iradier. No se preocupen, que yo tampoco me acordaba mucho del firma. Pero hete aquí que hace unas semanas fui de paseo a Lanciego, pequeño pueblo de la sonsierra alavesa, y me lo encontré de estas pintas: con cara de estreñimiento y sacando la lengua (o era que tenía una perilla con la que se hacía el deslenguado).

Como aún recordaba que era músico, pude interpretar que los tubos donde estaba ensartado eran un pentagrama y que el rizo que le salía por la cabeza algo así como un cabo de la clave de Sol. Claro que..., luego me puse a ver el paisaje de la plaza que le habían puesto enfrente y empecé a sentir piedad de él. Después de los oropeles que tuvo la suerte de disfrutar en sus viajes triunfales por lo largo y ancho de este mundo, se iba el hombre a pasar la eternidad viendo un escudo en una medianera, una fuente de Canaletas, dos aparcamientos de bicis donde jamás habrá una bici, unos bancos de diseño en hormigón con arbolito incrustado, la chimenea de una barbacoa y media docena de jardineras con distinta suerte botánica.


Leo apresuradamente una semblanza del músico nacido en Lanciego (donde parece que nunca volvió) y miro qué hay por youtube para hacerle un homenaje musical a la altura de Cascotes. Y como no podía ser de otro modo, esto es lo que encuentro:




Ahhh. Ya no hay piedad con los muertos. No hay piedad.