Hubo un tiempo en que para crear una peregrinación tenía que aparecerse la Virgen o descubrirse el sepulcro de un Santo. Ahora es más fácil: se le llama a Gehry, hace unos churros de hierro, y las Agencias de Viajes a llevar ganado.
Esta trascendental técnica urbanística se llama ahora efecto Guggenheim y los periódicos dicen que ya se estudia en las Escuelas de Arquitectura.
Con motivo del décimo aniversario del chisme, los periodistas y los arquitectos todos (¡casi sin fisuras!) han dejado redactado el dogma así: si quieres transformar una ciudad decaída en una ciudad floreciente, haz un Guggenheim.
Como yo estudié en una Escuela de Arquitectura de las de antes y no en una madrasa de las de ahora, pues voy y no me lo creo. Y mi antidogma es éste: ¿es que Bilbao no se hubiera movido urbanísticamente si no se hubiera puesto en mitad de la ría esa especie de edificio que parece los restos de un accidente aéreo? (la comparación no es mía/ la he leído en algún sitio que no me acuerdo).
La demostración de que el Guggenheim no obra milagros está diez kilómetros mas arriba. En Baracaldo, la ciudad antaño de los hierros retorcidos, no pusieron Guggenheim alguno y ha cambiado en estos últimos treinta años diez veces más que Bilbao. No digo a mejor ¿eh? sólo digo que ha cambiado, que ha habido miles de millones de inversión urbanística. Y sin santos, vírgenes, ni tanto ridículo de la arquitectura y los arquitectos.