De haber cogido el coronavirus y haber muerto en esta pandemia, Cascotes hubiera tenido un buen borrón por no haber ido nunca a Marina d'Or. Pero hete aquí que el COVID-19 se ha apiadado de los lectores de Cascotes y ha respetado (de momento) a su redactor jefe permitiéndole una escapada al lugar de los hechos y una excepción más al cierre de este santo blog, donde se demuestra una vez sí y otra también que la arquitectura y el urbanismo (tanto monta monta tanto) están mucho peor que la política y el periodismo, que ya es decir.
Porque díganme ustedes a quién si no a un arquitecto o un urbanista se le puede ocurrir ocupar con rotondas de ida y vuelta esos amplios jardines ubicados entre la playa y los edificios en primer línea de playa dispuestos allí para respetar la famosa distancia de la ley de costas. Ya que no me dejan edificar junto al mar, allá que les meto siete rotondas, ¡toma!
Sí sí, ya sé que en Marina d'Or hay muchísimas más cosas que ver y contar (muchísimas, ya lo creo), pero les recuerdo que este blog está cerrado y que estas cosas que les cuento son pura excepción.
He perdido un montón de horas buscando por la red el nombre del arquitecto o arquitectos del master plan de Marina d'Or, más que nada para que les juzgue la historia (porque las Escuelas de Arquitectura o los Colegios de Arquitectos no parece que estén por la labor) pero parece tarea imposible. Todos los becarios enviados por los periódicos nacionales a hacer reportajes del horror d'Or disparan a los políticos y empresarios que han luchado a degüello con la legislación urbanística para conseguir que semejante engendro se engendrase de una forma más o menos legal. Pero de los arquitectos no habla nadie. De quienes han dado forma a ese paseo con rotondas nadie se acuerda. Menos Cascotes, claro.
Cuando menos queda el consuelo de que haber resistido al coronavirus ha valido la pena.