El artículo que traigo aquí lo escribí en año 2001 para la revista ARCHIPIELAGO que era un medio poco apropiado para la exposiciones arquitectónicas pues carecía de ilustraciones. Por ello lo republiqué en el número 69 de elhAll (abril 2003) antes de que esa pequeña hoja cultural se empezara a colgar en internet. Como sus razones siguen vigentes y no conviene que se olviden, lo vuelvo a trasladar a este medio de difusión para que puedan seguir siendo de utilidad.
Cuando se celebró
el concurso de proyectos (restringido y por invitación) del Kursaal en San
Sebastián para edificar un palacio de congresos en el solar de la desaparecida
casa de juegos, el lugar en cuestión era un pequeño triángulo de hormigón que
lindaba con el río, la calle y el mar.
El fallo del Jurado del concurso
premió un proyecto de arquitectura que consistía en la reducción o servicio
absoluto de todo un edificio a la ocurrencia de que la vocación de ese lugar
era albergar los grandes pedruscos de escolleras que se ponen para defender las
calles de las olas del mar.
En los dibujos y en la maqueta del proyecto ganador
(Arquitectura 283-84) se podía ver de un modo ciertamente escultórico cómo dos
grandes pedruscos de esa escollera adquirían casi el tamaño de una o dos
manzanas urbanas del ensanche, o si se quiere, cómo dos manzanas urbanas del
ensanche se transformaban en pedruscos para, ocupando el triángulo susodicho,
defender de la furia del mar la singular esquina.
A pesar de que mi respeto por la
arquitectura -como arte complejo y próximo a las riquezas de la vida- me hace
desconfiar de aquellos proyectos que para ganar más audiencia y publicidad en
los medios de comunicación de masas se simplifican hasta convertirse en
caricaturas de ideas ó en graciosas ocurrencias, confieso haber sentido en
aquel momento una cierta simpatía hacia el fallo del Jurado. Claro que, premiar
a Moneo era jugar sobre seguro porque el arquitecto de Tudela ya había
proporcionado por entonces unas cuantas imágenes novedosas de arquitectura para
la prensa dominical.
El paso de la prensa a la Historia
es en estos tiempos casi inmediato. Ahora bien, desde que la Historia del Arte
decretó que para entrar en sus páginas no sólo hay que tener un nombre sino un
movimiento artístico detrás, cuya denominación, a poder ser, ha de acabar en
-ismo, al autor del Proyecto del Kursaal se le ha venido buscando en los
últimos años un título de capítulo. Ante la evidente torpeza de sus exégetas
por encontrar uno, o acaso por la indiscriminada cantidad de eufemismos que
escupe el más incensario de todos ellos, el propio interesado hubo de
intervenir en los trabajos, publicando un artículo (“Paradigmas”, rev.
Arquitectura Viva n. 66) en el que proponía que se le denominara el compacto.
La palabra compactismo, sin embargo,
no le debió gustar a la Historia ó, quien sabe, quizás era un término ya
registrado, así que el otro día me enteré a través de unos alumnos que ya se
les enseñaba el nombre de Moneo dentro de un capítulo de Historia de la
Arquitectura Contemporánea (Historia y Contemporáneo son dos términos que
chirrían, pero vamos a dejar ahora eso) titulado el contextualismo. Es fácil imaginar que el premiadísimo edificio del
Kursaal ilustre para siempre el término en cuestión..., claro que..., ¿con qué
foto?, ¿con la del proyecto que premió el Jurado o con la del edificio ya
construido?
Durante los años que mediaron entre
lo uno y lo otro, los medios de comunicación dieron también noticias de que el
socialista Odón Elorza había conseguido en Madrid una importante partida
económica para construir un dique de unos doscientos metros de longitud que
alargase la desembocadura del río Urumea y hacer así que la exigua playa de
Gros se ensanchara y llegase hasta el mismo dique (si alguien tiene a mano una
Guía turística de España, tipo Anaya o Michelín, editada antes de 1990 puede
echar un vistazo para ver cómo era el lugar).
El dique se realizó después de
fallado el Concurso y antes de que hubieran empezado las obras del Kursaal. Una
vez construido el dique, el solar en cuestión ya no lindaba con la calle, el
río y el mar, sino con la calle, el río y una gran playa creada tras el dique.
El edificio que iba a parecerse a unos pedruscos y que fue bautizado
popularmente como los “cubos de Moneo” no tenía ya el más mínimo sentido, pero
el proyecto no se cambió en lo sustancial y se construyó finalmente, eso sí,
dentro de la torpeza decorativa y de proporciones tan habituales en su autor
(uno de los cubos se estiró tanto que es incomprensible como aún se le pueda
denominar así).
Durante el año dos mil y la
primavera del dos mil uno, el edificio del Kursaal ha recibido los galardones
más prestigiosos de arquitectura que se puedan dar a un edificio en el ámbito
español y hasta europeo: FAD, Mies van der Rohe y la Bienal.
Resulta en sobremanera sorprendente
que ninguno de los miembros de los múltiples jurados que han dado tales
premios, o ninguno de los innumerables “críticos” (por llamarles de alguna
forma) que han celebrado una y otra vez el edificio de el Kursaal, hayan
reparado que el cambio de condiciones del lugar pudiera afectar a la ocurrencia
sobre la que había sido concebido. Es comprensible que a la prensa de las
imágenes le importe un bledo que la arquitectura pertenezca a un lugar concreto
porque para ella lo único importante es que las imágenes de la arquitectura
estén en sus papeles couché; y es fácil suponer que los arquitectos y críticos
de los jurados de los grandes premios de arquitectura estén todos beodos de
viajes, comilonas y contactos sociales a gran altura. Pero puestos a pensar en la Historia de la
Arquitectura y en lo que le pueda quedar a esta rama del saber de razón ó
dignidad, es de esperar que no sea aceptada nunca la foto del Kursaal como
ilustración del contextualismo si por
ello hay que entender una actitud de atención, inspiración y respeto hacia el
lugar en que se construye.