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El hierro es para la guerra, y la madera para la casa. Viendo los forros de chapa que se han puesto de moda entre los arquitectos, uno piensa que deberían enseñar eso en las Escuelas. Hasta me da por pensar si hierro y guerra no son la misma palabra por aquello de tener el mismo infijo "-err-" (habrá que preguntárselo al sabio Eduardo. Gil Bera, claro). Forrarse de chapa no anunciaba nada bueno:
¿y quién no recuerda aquellas célebres tocineras, o furgonetas grises de los idem forradas de malla? Nada pacífico, desde luego. No he encontrado fotos en google imágenes, pero eran algo así:
El coche ya es nuestra funda de chapa, nuestra coraza de guerrero de cada día...
pero, claro, si uno llega luego a casa y se encuentra con la casa tal que así
es que ya no hay ni descanso para el guerrero, joer. Y mirad la entrada de la susodicha:
Una obra de arte en chapa, desde luego. Y para todos los días de tu vida.
Véase también esta otra fachada en la que los balcones pueden cerrarse con grandes chapones correderos para evitar las pedradas de los estudiantes.
Muy artística, sí señor. Y móvil.
Puestos a pensar, lo mismo es que los arquitectos insisten en la corbuseriada esa de que la casa es una máquina de habitar y lo que quieren es darles el aspecto de fábricas:
Aunque éste se ha pasado y le ha salido una refinería o una central nuclear, vaya Vd a saber.
Con todo, la imagen más chaposa de todo el Valle es la de estas escaleras. De seguro que están pensadas para alguna peli de ciencia ficción.
Este otro bloque, sin embargo, parece un almacén de logística, con los números bien grandes para los que apilan palés con la Fenwick.
Lo peor de la chapa es que no pega con nada que se parezca a una casa, aunque tampoco es que el de la fachada del código de barras haya andado muy fino:
¡A por ellos, que son pocos y sin chapas!
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