viernes, 7 de octubre de 2011

199. ESTACION DE SANTS. Barcelona. España

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Hoy tampoco soy yo el que escribo el Cascote. El gran Adsuara se ocupa de ello. Me limito a realizar las conexiones y poner unas fotos prestadas de un foro en el que se habla de las jrandísimas e interminables obras de esa ya espantosa estación de ferrocarril adosada a la peor estación de autobuses de Europa adjunta, y con unos alrededores que ya ni quieren los skaters.

Aquí el texto de Alberto:



Lugares que no son nada (e inmersión lingüística)


Hace calor, así que decido ir a la estación y esperar tranquilamente a que salga el tren. Cualquier cosa es mejor que pasear por las calles con este calor pegajoso. Al taxi le cuesta encontrar un hueco para estacionar mientras el contador no cesa de moverse, sin ruido, a lo digital. Entro en el recinto y no siento ningún especial cambio de temperatura. Me extraño y me digo a mí mismo que debe deberse al excesivo calor de la intemperie, así que acelero el paso con el fin de encontrar la zona libre de influencias externas. No llega. Deambulo buscando un poco de fresco: empresa inútil. Bueno… parece que aquí en esta esquina… corre un… No, ha sido mi ansiedad la que me ha despistado. La estación está, efectivamente, recalentada. Como no voy cargado con bultos decido insistir en la búsqueda de un respiro. Debe haber algún sitio fresco en algún lugar de esta inmensa estación repleta de gente que se encuentra a la espera de su tren, me digo a mí mismo, a quién si no.


Giro por un lado, salgo por el otro, me desvío unos metro por aquí, rectifico mis pasos hacia allá, rodeo la cafetería que está abierta en el mismo interior de la estación, me introduzco unos metros en ella… pero nada; nada de nada: un infierno en toda regla. Y la estación a reventar de gente que espera la salida de su tren. Los guiris tumbados en los bancos, las señoras abanicándose, los playeros con su sombrilla al hombro, los precavidos erguidos ante los paneles indicativos, las madres apaciguando la inquietud de los niños y los adolescentes en el suelo. Nadie (yo incluido, cosas de las apariencias) parece sufrir las inclemencias de un calor que es muy parecido al del exterior pero que es en realidad más insano, más recalcitrado. Más humillante, en definitiva. Y para rematar, cada dos minutos alguien habla a través de una megafonía que obliga a todos los viajeros a permanecer atento a las pantallas indicadoras. ¿Pero es que nadie se percata de lo extremo de esta anormal situación?, me pregunto a mí mismo que deambulo como si nada pasara. Quizá, me digo a mí mismo, sea yo el único que siente (y no manifiesta) este agobio asfixiante de entre estos miles de viajeros. Si bien pensado no sé nada de lo que piensan las aposentadas señoras que se abanican incansablemente, nada de lo que piensan los sonrosados guiris somnolientos, nada de lo que piensan los inmortales adolescentes que al menos tienen el culo frío. Sólo sé que me resulta extremadamente inaudita esta insalubridad. Sólo sé que miro al rededor y no sé.


Anuncian el andén de mi tren a media hora de la partida. Hacia allí que voy, todo sea por cambiar de aires, me digo a mí mismo. Hay que hacer una cola de cerca de 50 metros. Vale, me sigo diciendo, todo sea por cambiar de aires; tengo que salir de este enorme espacio insano. Hago pues una cola en la que hay mucha gente con bolsas colgadas del cuello y transportando unas maletas “jumbo” que arrastran dificultosamente. Nadie se queja. Pasamos por un control y se nos redirige hacia abajo, hacia los andenes. Bajamos en fila india. Mansos y con las maletas “jumbo” golpeando todos y cada uno de los escalones. Se trata de un descenso al verdadero infierno. La temperatura debe haber subido al menos 10 grados más. El calor es ya casi de sauna. Pero nadie se queja, como mucho se abanican. Un sótano inmundo.


Una vez llegado abajo pienso que pagaría casi lo que me pidieran por volver a la superficie, al pringoso calor del purgatorio. Pero es imposible, el trayecto es irreversible. El tren no se encuentra aún situado en la vía y una azafata nos indica hacia dónde debemos dirigirnos para aproximarnos al vagón que nos corresponderá. Y para desde allí seguir esperando, a más de 45 grados. Nos reparte por un andén estrecho que se encuentra ocupado casi en su totalidad por la misma escalera de escalones de hormigón. Así, el andén se reduce a poco más de un metro por el lateral, ese andén por el que debemos ir pasando decenas de viajeros con el fin de llegar al punto donde nos ha enviado la amable azafata. Hay ya gente esperando en ese tramo, por lo que hay que pasar rozando el abismo de la vía, y muchos lo tienen que hacer con sus maletas “jumbo”. El aire se encuentra intoxicado por los gases que desprenden las máquinas de docenas de trenes que pasan por los andenes vecinos y el ruido que producen es ensordecedor. Nos espera a todos media interminable hora en el infierno.


En un hermoso texto (publicado en Revista de Occidente) Julio Baquero Cruz elabora una pequeña y curiosa taxonomía de la topología vital y llega a la conclusión de que “hay lugares que lo son todo, lugares que son algo y lugares que no son nada”. En los primeros puede alcanzarse la plenitud sin esfuerzo alguno porque es el propio lugar quien la alcanza a través de nosotros; los segundos no son –según Baquero- completamente inhóspitos y por ello toca hacer un esfuerzo para estar a gusto en ellos; en los terceros, es decir, en los lugares que no son nada, estamos abandonados a nuestros propios recursos y la plenitud es una quimera. Quien la ha llevado la entiende: aunque parezca mentira la estación Sants de Barcelona es un perfecto lugar que no es nada. Seguramente, me digo a mí mismo, debe deberse a que a nadie parece importarle. Y también, digo yo, a unos políticos que se encuentran inmersos en su propia gramática; en su propia sopa de letras.

Post Scriptum. Me he tomado la molestia de preguntar a algún conocido de Barcelona por el estado de las cosas en lo que respecta a la estación de ferrocarriles de su ciudad. Más que nada por si el relato de mi experiencia no hubiera sido, después de todo, más que el producto de una visión excesivamente subjetiva o coyuntural. Sólo decir que su respuesta verbal ha dejado mi narración en un cuento de hadas.



Aquí algunas fotos e infografías del foro que digo:











La arquitectura al ser vicio de la Chusmanidad.
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