jueves, 17 de febrero de 2011

167. VALLECASCOTES (I). SER SINGULAR

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Vamos con ello y no hagamos esperar. Aquí un hombre. Con la compra. Abriendo la puerta de su casa en Vallecascotes. Parecen las puertas de una boutique. La boutique JARP2. Acaso unas puertas correderas. Pero no, el hombre deja las bolsas en el suelo, y busca la llave.
Enrique me advierte: el portal parece la antesala del quirófano de un hospital de los años cincuenta. El vecino nos permite pasar y verle caminar hacia el ascensor, al fondo, a la derecha.


También podrían ser los urinarios de un polideportivo, pero no, se trata de arquitectura minimalista, le explico a Enrique.

Una curiosidad: mientras en la calle ya no ponen baldosas de aquellas grises de cemento (ver foto de arriba), el suelo del portal está hecho con ellas.  El hombre desaparece y nos quedamos mudos. Blancos.


Nadie espere crítica. Eso se paga. Ni opinión. ¿A quién le importa la opinión de un sólo votante? Este es un blog de poesía, y la poesía, como la música, incorpora de vez en cuando los silencios.

El portal pertenece al más singular de los edificios singulares de viviendas que jalonan Vallecascotes. Véanse si no estas dos fotos desde sus inmediaciones. (En el blog de Enrique o en el Vicisitudes pueden encontrarse fotos tomadas desde más lejos).



Geometría rotunda en la volumetría. Torre de veinte pisos, bloque de ocho o diez, y puente de baja más dos. Las ventanas bailan, se desplazan, se meten, salen. Si en el portal era todo blanco, en el exterior todo es negro. Muy negro. Solo las cagadas de la palomas van dejando chorretes blancos sobre el aplacado negro de la fachada. Con el tiempo le darán una textura orgánica muy interesante.

Cuando a los arquitectos se les deja hacer, son brutales. Generosos. No se cortan un pelo. Lo dan todo de sí. El problema de la energía en este país se resolvería con tan sólo enchufar un tendido eléctrico a los creativos cerebros de los arquitectos. Gracias al esfuerzo del arquitecto de este bloque de viviendas el hombre sin atributos de la primera foto ya es un hombre singular.

Sobre todo si uno da un giro de ciento ochenta grados y hace una foto de lo que se ve desde el edificio negro con bajeras blancas:


La he subido grandecita por si queréis ponerla como fondo de pantalla y sentiros hombres singulares. Los vecinos de la calle de enfrente no son hombres singulares. Han caído allí casas salidas de manos de arquitectos no artistas, es decir, los que entienden la profesión como ingeniería del almacenamiento humano. Cosas del sorteo municipal. Sobre la urbanización interior ya entraremos en detalle. La especie de patio interior abierto entre bloques está ocupada por calles peatonales llenas de coches y bolardos. Y bajeras ciegas.

Lo de las bajeras ciegas es en lo único que nuestro bloque singular se asemeja a las estanterías de pisos de ladrillo. Una característica compartida. Lo decían con horror Vicisitudes y Sordidez: las bajeras ciegas hacen inhóspitas las aceras y convierten cada calle en triste espacio de desolación.


Tan desolado que los espacios públicos del otro lado del bloque, los espacios así llamados "blandos" parecen incluso más fríos que los que dan a aceras y calzadas:


Añado otra foto con resolución suficiente como para ponerla de fondo de pantalla e imaginaros sentados en el banco. Pensando sobre la singularidad. Sobre la vida en un lugar así. Sobre la nueva arquitectura.

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