Lo de hacer la ola vale lo mismo para un parlamento que para una estación de ferrocarril. Si en el post anterior comentábamos la simplonería de la ola georgiana para un parlamento en Kutaisi, hoy toca la que nuestro Calatrava les ha endosado a los belgas de Lieja. Un juguete de 445 millones de euros (en proyecto 200) del que, a juzgar por los premios y agasajos que le han dado por allí, parece que están orgullosísimos.
Criticar este tipo de gastos superfluos no parece cosa fácil. Todo país o ciudad tiene derecho a celebrarse a sí misma de vez en cuando con algún gran monumento. La elección del motivo es importante (¿por qué la estación de ferrocarril y no el ayuntamiento? etc) pero cuando pensamos en monumentos deberíamos trazar una línea entre la escultura, ese arte tan dado a monumentos, y la arquitectura, esa otra disciplina más compleja que atiende a un sin fin de necesidades y símbolos.
¿Por qué un sencillo viajero que llega en tren a Lieja por asuntos de trabajo, o a ver a un familiar, tiene que celebrar lo que no quiere celebrar? ¿Por qué le hacen pasar por un lugar (un tremendo monumento) donde la ciudad hace ostentación de su prosperidad económica?
Los puentes o pasillos laterales desde los que contemplar o esperar a los trenes tampoco parecen muy acogedores.
El viajero tiene que formar parte del monumento sí o sí. De la celebración. De la ostentación. Del despilfarro de espacios. De lo superfluo. No le queda otra.
Cuando uno visita la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y calcula el enorme dispendio de dinero público con que esa ciudad se ha agasajado así misma para recibir turistas, se echa las manos a la cabeza. Y a poco que piense que los grandes maestros de la arquitectura han mirado para otro lado, le entra un cabreo monumental. Pero la Ciudad de las Artes y las Ciencias (pobres artes y pobres ciencias) es un lugar prescindible para el visitante de Valencia, que bien puede preferir celebrar la arquitectura de su enorme casco antiguo antes que esas mastodónticas esculturas que recuerdan a las fallas. El que vaya a Lieja en tren, sin embargo, no tiene otra opción que pasar por el aro. O por la ola.
La monumentalidad del gesto seguro que deja en segundo plano la claridad de las circulaciones. Lo hemos visto en otras grandes infraestructuras construidas por este ingeniero/escultor y aquí no podía ser de otro modo.
Pero nadie dice nada al respecto y todos celebran la espectacularidad de la carísima estructura haciendo miles de fotos, -ese nuevo arte o gesto individual de la celebración colectiva.
El gran libro de la historia de Lieja nos muestra el tiempo de una estación que atendía un mayor número de funciones y símbolos. También era un edificio importante, a la escala de la ciudad, pero las diferentes partes de su arquitectura facilitaban la integración con la escala humana.
Ignoro las razones por las que se convirtió en un anodino edificio de oficinas con marquesina en el que Jacques Tati podría haber hecho de las suyas. Desconozco si la primeriza batalla de Lieja en la PGM pudo haber afectado al edificio, o si la "pequeña solución" de Hitler en el frente occidental ya al final de la SGM incluyó algún bombardeo de la estación. Es evidente que el tipo de arquitectura (o ingenieria) con muro cortina de los años posteriores a la SGM no ha sido ningún obstáculo para la demolición de esta segunda estación pero a la vista de la aparatosidad de la tercera a mí me entra la nostalgia. Cuánto más amable no hubiera sido llegar a Lieja a través esa sencilla estación funcional que no haciendo la ola al dinero y a sus monumentos.