Este tío es un iluminado. No hay más que mirarle de frente para darse cuenta de que lleva a dios dentro. Acogona un wevo. Y más, sabiendo que es el arkiteto eleguido por Pritzker para suceder en el trono a MAURO DE SOTA.
Sólo su obra es inferior a su mirada.
Más me acogona pensar que en realidad Wang Shú soy yo, yo mismo, mismo yo, Juan chu, como me llamaban los bilbaínos cuando era pequeño.
Desde siempre supe que mi destino era la sotana, o cuando menos, el Pritzker. Pero algo se debió de cruzar en mi camino.
Lo sé, fue Moneo en la Escuela de Arquitectura de Barcelona que nos dijo que estudiáramos más Palladio y menos Gaudí.
Hábil maniobra de distracción para que el Prizker se lo dieran a él y no al predestinado Juan Chu.
Fue entonces cuando empecé a descreer de la Revolución Cultural y a comprarme las revistas de Luis Fernández-Galiano, llenas de fotos que me ponía directamente en vena a ver si volvía a coger la onda.
Ni la onda ni la escalera. No cogía nada y cada vez me alejaba más de la buena senda.
Todo era desorden a mi alrededor, todo confusión en mi cabeza.
Hasta que un día decidí bajar en diagonal las escaleras del infierno.
Fue entonces cuando descubrí mi ferdadero nombre, WANG SHU, el elegido, y recibí el tan deseado premio.
Me puse el alzacuellos para colgarme de la medalla y relajé mi mirada. Podéis ir en paz. Amén.