Hace unos días me enviaron esta simpática foto del último viaje de arquitectura del COAR en el porche de la casa Fansworth. Empecé a repasar los rostros de los viajeros buscando esos gestos de placidez y satisfacción que proporcionan las visitas a los santos lugares de la arquitectura, los viajes colectivos, la amistad, una buena tarde, etc. Todos parecían contentos o relajados, sí, pero... ampliando las caras me di cuenta de que no, de que todos no, todos… ¡menos uno! Mira a ver si lo encuentras. Necesitas picar en la foto para verla más grande y ampliarla un poco para detectar el rictus cejijunto y el morro de carpa que te llevará al Wally (una pista: el sol te ayuda). ¿Qué le pasaba? ¿no estaba a gusto con los amigos? ¿un apretón? ¿estreñimiento acaso? ¿no le gustaba la Fansworth? ¿la responsabilidad de la púrpura? Bueno, con que le encuentres vale. Adivinar la razón de su rictus ya es otro juego.
(Antes de olvidar el tema diré que hace un par de días visité la exposición de fotos que ha hecho el COAR del viaje en cuestión. Hay fotografías muy buenas (especialmente de algunos viajeros muy jóvenes) pero la exposición es un desastre. Dicho de otro modo: hay buen ojo fotográfico y un pésimo ojo arquitectónico. No sólo en la forma de exponer desordenadamente, titular con mucho nombre del autor de la foto y poco dato del edificio, etc, sino en la forma de seleccionar la arquitectura a visitar y a contar. Estos chicos deberían cambiar de oficio. La fotografia les reclama, porque… ¿puede un grupo de señores arquitectos titulados ir a Chicago y no traerse apenas una foto de la obra de Sullivan, de Le Baron Jenney, de Burnham and Root, de Holabird and Roche o de Richardson? Venga, seamos benevolentes, que esto son cascotes: siempre está bien dejar algo sin ver para tener que ir otra vez).