Yo creía en Europa, tenía fe en la razón, estaba orgulloso de la construcción de nuestros Estados y del imperio de la ley, pero un buen día (hoy mismo) descubrí la sede del Tribunal de los Derechos Humanos en Estrasburgo y todas mis referencias, todos mis ídolos se hicieron cascotes (gracias Jose Francisco B.G, grupo SEMS).
Solo de imaginar (ya no digamos ver) a todos esos emperifollados jueces saltando los bolardos para meterse en esa mierda de edificio y sentarse a esa espantosa mesa alrededor de un cielo que está en el suelo me entra la risa floja y se me va la fe en Europa, las leyes, los jueces y la razón.
Una cosa es que la Justicia se ponga una venda para no ver la cara de los acusados y ser imparcial. Pero otra cosa es que los Jueces hayan perdido la vista, la razón, el juicio y la sensibilidad. No de otra manera se entiende que se metan en esas tarteras vestidos de lechuginos.
Hitler lo sabía: hay que ver qué capacidad de seducción, qué digo seducción, convicción, tiene la arquitectura.